«Bic» cristal, nunca escribe normal
Se supone que el escritor debería contar con un compañero para la rúbrica relevante, sea desde un ejemplar dedicado a un acuerdo judicial.
Suelo advertir, ante escaparates de papelerías y grandes almacenes, imágenes exquisitas de plumas o bolígrafos en metal noble entre incrustada decoración de marfil o nácar. Hay oferta para bolsillos menos pudientes, donde aleación y resina resultan un buen disfraz de opulencia. En el cartel, siempre el rostro de una personalidad famosa, tradicionalmente literaria, que nunca se separaba de su fiel utensilio del oficio y parece que hasta lo guardasen bajo la almohada como un agente secreto de la guerra fría su pistola reglamentaria.
Por mi parte, aquellas que alguna vez tuve de valor, mucho o poco, las terminé perdiendo por mal uso, torpezas o descuidos, quizá entre tanta mudanza en la que ya uno desconoce dónde quedó el alma dentro de su piel.
Pocas firmas así me ha pedido la vida pero en todas he tenido que acudir al socorrido «Bic», sin capucha y de prestado, ya sea por una secretaria de personal, un lector fiel o un letrado respetable. En ese momento, martillea en mi cabeza la obstinación publicitaria con su marca, grabada desde generaciones.
Mientras lo deslizo trato de no mostrar la emoción intensa —para qué negarlo, la más veces, dolorosa— concentrando la mirada en el extremo, desde el que suele nacer una profunda cicatriz, producto de mordisco, que recorre la superficie de plástico vidrioso y barato.
Una herida tan indeleble como la tinta sobre el papel y me pesa en la cuenta de los años que el «bic cristal», para este hombre, nunca escribe «normal».
Que ustedes lo firmen bien y que sea por motivo de celebración o causa digna...
Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad, todo el mundo tiene una.
Buenas noches, Nueva Orleans.