Hemos, por fín, llegado a Yule, querido Caminante...

 


Querido amigo, ya es Yule, que los presentes llaman ahora "Navidad", aunque bien sabemos que es una celebración más antigua que las pirámides y Babilonia y que la propia humanidad. Ha pasado mucho desde que comenzamos a recorrer ese sendero que nos llevaría a Kingsport en uno tus cuentos favoritos para mí.

Te he traducido, en pleno verano, con la ola de calor que perfumaba de agua mediterránea una noche de luna llena: nos hemos desesperado, hemos discrepado, nos hemos reconciliado. Tú eres, con mi familia, mis monstruos, mis recuerdos infantiles, una de las constantes de mi vida. Entramos en la Navidad y, pese a todas las meteduras de pata, pese a los enormes fracasos de mi vida, tú siempre has estado ahí para refugiarme bajo tu ala de horror cósmico haciéndome sentir que, si somos meras motas de polvo sin sentido en un Universo agreste al que nada importamos, quizá mis problemas, por grandes que se hicieran en mi pecho, pugnando por salir a gritos, a vómitos, a desesperación de sangre sobre un lecho mullido y blanco, no resultaban importantes: da igual que la gente se esté matando o que no tenga que comer, da igual que el mundo eructe grotescamente mientras se cuela entre espuma mucilaginosa por el sumidero de los portales exteriores...

Da igual que vaya a ser Navidad... Bueno, quizá esto no sea tan irrelevante porque sí se debe que respetar "la celebración" como dictado de nuestros ancestros, ya sea junto al árbol de colores o recorriendo criptas enmohecidas entre seres mudos y sin rostro que alzan, triunfantes, el tratado escrito por el árabe loco, el infame Necronomicón, mientras elevan sus chillidos extraterrestres a unas estrellas que en Madrid son sólo una utopía tras la polución lumínica y gaseosa.

Da igual como me sienta ahora mismo: agotado, sediento de magia navideña, esperando milagros, esperando una renovación en un hospital (con unos compañeros y un jefe que he llegado a amar en este año), esperando aún por mi debilidad, en ocasiones, teñida de deseo y romanticismo en añorar una compañera en cuyos brazos femeninos hundirme, sentir que estoy a salvo del mundo y ella también en los míos. Esperar la visita de Santa Claus. Esperar que toque la lotería. Esperar, al menos, ver un fantasma, porque en el ambiente festivo sería el momento adecuado para ello...

Nuestro viaje a Kingsport ha terminado. Aquí estamos los dos, sonriendo sobre la nieve en un cementerio después de los azares del año. Con cierta nostalgia veraniega, de aquella luna gibosa, rojiza como una bolsa de transfusión, que no eclipsa el trabajo conseguido, el honor de traducirte, de interpretarte, de formar una parte de tu leyenda.

Creo que nos volveremos a cruzar en el camino, en otro libro, en el futuro, no me cabe duda. Mientras tanto, seguirás siendo mi referencia cuando necesite refugio y ningún abrazo de amor auténtico apacigüe el viento del invierno y la canícula estival.

Aunque también me pregunto, querido amigo, querido maestro, caminante de Providence, ¿merece la pena si en el fondo no importamos nada en los vacíos estelares? ¿No será mejor el abrazo de tus páginas, aún frías y desesperadas, repletas de horror y locura, que un amor por el que yo casi no tendría ni fuerzas para luchar?

¿No es mejor para mí buscar cobijo en Kingsport, en Arkham, en Dunwinch, en las rancias bibliotecas de podridos volúmenes de ciencia ocultas, acechado por criaturas inefables que anhelan devorar mi alma entre las sombras, dado que sólo soy un hombre normal, que más bien necesita una heroína que le recuerde dónde está el yelmo de Mambrino?

El trabajo está hecho, amigo, querido amigo, querido maestro... Espero que, al menos, aunque sea una emoción baladí, te sientas un poco orgulloso del mi homenaje.

Feliz Yule a todos. Realmente, no hay problemas, somos una mota de materia en un Universo al que se la sudamos ampliamente y, eso, como diría Gandalf... Es un pensamiento alentador.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno malo en la Verdad: todo el mundo tiene una. 

Buenas noches, Nueva Orleans.

El busto de Lovecraft...

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