Siglo XXI: teléfono roto

Por la mañana, tras llegar al pueblo,
cayó el móvil. Cuando lo recogí
de las baldosas, aquel aparato
lucía en su rostro una telaraña
de cristal que crecía infatigable
con el mismo crujir del matrimonio
que se despide firmando un papel
por todos sus tropiezos en la vida.

Siendo fiesta no podía comprar
otro terminal; vine para aislarme
y quedé atrapado como un sombrero
bajo las olas del siglo veintiuno.
Nada de redes sociales, burbujas
electrónicas o llamadas huecas.

Me pregunto cómo lo harían ellos,
los poetas de antaño, cuando un libro
o un amor intenso finalizaba,
para sofocar la melancolía.

Quizá, sentados ante su escritorio,
esperaban que su Dama emergiese
desde la profundidad de los mares,
las curvas ceñidas por velos húmedos
y los brazos abiertos en ofrenda
de bálsamo y perdón contra la culpa.

No podrían teclear de inmediato
para retransmitir su enorme suerte
ni mucho menos sacar una foto,
compartirla en 'Nube'; tampoco ya
logro reconocer la Epifanía:
desconectado el exterior no importa.

Al contemplar el sol sobre el océano
sólo percibo una luz descompuesta
como la prole de unos divorciados
que ha surcado el vacío para nada. 

Fernando López Guisado

El busto de Lovecraft...

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