El espectro resonando en la armadura vacía
Cuando alguien muere, sólo quedan fotos y recuerdos, su ausencia en certeza positivista y biológica de la no resurrección. La vida se pierde y no regresa (de hacerlo, nos metemos en historias de terror más interesantes claro).
Pero cuando la persona sigue ahí, está por todas partes, respirando y hablando, la melancolía se instala como una astilla en las válvulas cardíacas. Culpas y errores propios o ajenos aparte, resta una esperanza estéril, una fractura con minuta en la baraja de los universos posibles que se nos muestra por el ventanuco sellado de la frustración del cable partido inaccesible en casa del vecino. Los muertos resultan sencillos de olvidar; con los vivos es francamente imposible.
El tiempo, para los locos como un servidor, no repara, se atasca y cronifica la dolencia. Se sigue caminando de espaldas transformado en un espectro de resonancia dentro de una armadura vacía, sentada en un parque, que mira las rosas.
Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.
Buenas Noches Nueva Orleans.