«Lolo»

Mi hija ha tenido su primer amor de verano. 

Mi tía lo bautizó como «Lolo». 

Lolo es rosa y de gran tamaño, aterciopelado y mullido. Se le puede describir como una fusión entre úrsido y cánido o quizá felino, pero con flequillo punk. Llevaba en esa casa desde la adolescencia, un regalo de mi madre a mi hermana que pudo salir de alguna de las ferias de la zona o un parque de atracciones. Desde entonces, como un astronauta en hipersueño, adornaba el cabecero de una cama. 

Desconozco el instante en que salió de su mutismo, pero la niña le prestaba adoración. Lo buscaba, lo recordaba y Lolo ha desarrollado una personalidad propia que no era sino la mezcla de la de todos los adultos que la han cuidado y realizaban ventriloquía para el deleite de la pequeña. Yo mismo, por muy escasos momentos, he podido meterme en la piel de ese muñeco, interpretar y relajarme del dolor de ser este hombre fantasma. 

Lolo se iba a comer lo que ella no terminase y así se lo terminaba todo, Lolo la vigilaba en el baño para que no llorase, Lolo estaba nadando por el horizonte cuando se bajaba a la playa aunque, en realidad, siguiera en casa. «¡Lo-Lo!» (como ella lo pronuncia, reclamando su presencia a gritos embelesados y levantando los brazos) tenía su puesto de honor a la vera de mi niña. Parecía una estrella del rock a pesar de que, en ocasiones, sufriera arrastrado por el suelo de un sitio a otro.

Ese trozo inerte de peluche y algodón ha presenciado sus primeros pasos sola. Ha sido testigo de cosas que yo no he podido ver salvo en vídeo. Ahora Lolo volverá a convertirse en un simple adorno sobre la cama porque eran los ojos de ella quienes le dotaban de vida y realidad. Cobramos entidad respondiendo a la mirada amorosa de otro como en un juego de espejos en el que la luna refleja la luz del sol por las noches. Cuando ese otro desaparece, aún vivos, nos transformamos en espectros como una barca abandonada en la arena, al borde del mar pero incapaz de alcanzarlo.

Ya se habrá olvidado de Lolo como suele pasar con todos los amores estivales. Igual que un día, por ley natural, también se olvidará de mí, sustituido por otros. Pero en Lolo siempre quedará el poso de haber tenido vida durante un verano gracias a los sentimientos de una pequeña a la que le costaba pronunciar su nombre. 

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una. Buenas Noches, Nueva Orleans. 

NOTA: Al final gracias a mi hermana Lolo puede salir a escena.


El busto de Lovecraft...

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