Señales ineludibles: puntualidad en las citas
Llevo unos días reflexionando para mis adentros sobre lo inevitable, tanto en lo espiritual/personal como en la realidad cotidiana aunque hablemos de causas políticas.
No resulta una meditación demasiado consciente, ni muchos menos deliberada. Se trata de pequeñas recurrencias del cerebro semejantes a esa canción huidiza en el archivo de las circunvalaciones cerebrales. No se me va de la cabeza una vieja leyenda, con multitud de versiones (ya en el nombre de las ciudades o en la estructura de lo narrado), que a cualquiera resultará familiar.
Un mercader se entera de que la Muerte le busca en Damasco y, al toparse con ella, sin decir nada, sale huyendo. Cabalga muy lejos, en un sólo día, a pleno galope bajo el sol abrasador, buscando ocultarse en Samarkanda para burlar al Destino. Al llegar, agotado y sediento, se inclina para beber y, al mirar arriba, junto a él se alza la Muerte. El hombre no puede evitar, confuso, su asombro de escalofrío. La Muerte, calmada, dice: «Comprendo cómo te sientes. También me sorprendió mucho verte, tan lejos en Damasco, cuando nuestra cita siempre fue aquí, en Samarkanda».
He tratado de componer un poema simbólico sobre ese asunto, las señales del Destino, pero debo andar menesteroso de Musa y el bolígrafo dejó una enorme mancha de tinta azul entre la libreta y mis dedos. Vamos, que me ha salido un cagarro sin calidad y más confuso que el mapa de Metro de una ciudad extranjera. En ocasiones, hay sucesos que resultan ineludibles, como si ya estuvieran escritos y, simplemente, debían ocurrir por necesidad del guión mientras que nosotros, protagonistas del asunto, los vivimos casi de forma mecánica, como el que pone voz a un personaje de un delirante episodio de dibujos animados.
Nos queda, no obstante, ser dueños de nuestros sentimientos y emociones: nuestro interior y entidad, en ocasiones contradictoria y mutable según los momentos, los recuerdos y su melancolía. Por muy sabios o necios que fuésemos, pocos demostrarían los arrestos permaneciendo en Damasco si te buscan con guadaña para rendir cuentas.
La Esperanza es lo último que se pierde, o eso dicen por ahí los optimistas, que saben mucho de estas cosas, pese a que el recordatorio en la agenda del smartphone nos conmine entre campanillas para una cita en Samarkanda.
Al menos, guardemos las formas y ofrezcamos una elegante puntualidad.
Al menos, guardemos las formas y ofrezcamos una elegante puntualidad.
Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.
Buenas Noches, Nueva Orleans.