Jinetes fantasma o el hamster inagotable

Me consideran, con razón, una mente con tendencia circular. Lo describo como un hámster dentro de mi cerebro que acelera en su rueda infinita a todo trapo en frenesí de emociones desbocadas. Pocos hay con la capacidad de detenerlo y, en seguida, se vuelve a subir para continuar con su carrera en la que llega tarde a ninguna parte y no se percata de que está parado en el mismo sitio.

En esos momentos suelo entrar en una suerte de bucle manifestado en la repetición de canciones, películas o lecturas. Siempre lo mismo, como si el resto de producciones artísticas no existieran. Ahora me ocurre con la vieja canción country «Ghost riders in the sky» [Jinetes fantasma en el cielo]. 

Cuenta como un viejo cowboy se detiene a descansar en un día de viento y, en el horizonte, se le aparece el rebaño infernal al que persiguen sin descanso unos vaqueros fantasmales, sudados y agotados, que le invitan a unirse a ellos si desea salvar su alma. No deja de representar una adaptación de diferentes tradiciones europeas (La caza salvaje de Herne o, en nuestro país, La Santa Compaña) a una cultura que tuvo que inventarse un pasado a base de los retales impuestos de sus colonizadores igual que un amnésico rellena los huecos en su memoria tirando de viejas fotos y el testimonio de sus teóricos seres queridos. 

Es una persecución eterna en búsqueda de redención y felicidad parecida a la de mi hámster inagotable. Una entelequia que termina formando prisiones obsesivas en un paradigma no-euclediano (¡me encanta este concepto!) de realidad hiperbólica. La mente juega esas malas pasadas ladinas. Nos coloca en esos laberintos paradójicos de Escher en los que se siente más cómoda mientras gana fuelle camino a la locura.

Citando a un célebre filósofo cinematográfico: «¡Es una cabronada!», Predator

Me gustaría tener un freno de palanca emocional como los que detenían los ferrocarriles del Viejo Oeste y que el pequeño roedor afgano saliese despedido para estamparse contra la pantalla del ordenador mientras perfora mi hueso frontal igual que un dibujo animado, con esas pequeñas estrellas, también circulares, revoloteando acompañadas de una música aflautada.

Pero, mientras tanto, ahí sigue en su rueda, sin distinguir el día de la noche, igual que un fantasma incapaz tras las yeguas del infierno.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.

Buenas Noches, Nueva Orleans.




El busto de Lovecraft...

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