Café Comercial: amor perdido, hamburguesas y escaleras al cielo

Recuerdo haberlo arreglado con mi primera novia, tras una riña muy bestia, en una de las mesas del Café Comercial. Tendría unos diecinueve y ella dos o tres arriba. Regresé muchos años más tarde para una presentación antes de que saliera publicada La letra perdida. No había cambiado el sitio... yo, no lo sé, supongo que sí. Cierto: camareros bordes, ambiente algo vetusto, precios elevados. Todo en la vida tiene taras pero se convirtió en algo propio.

El Comercial también suponía un bastión de Ediciones Vitruvio. En el «Rincón de Don Antonio» han leído multitud de poetas de esa casa. El trato ha convertido en amigos a varios. He reído y he llorado. He vivido malos y buenos momentos. Me han presentado dos libros y he presentado muchos ajenos. Los viernes era el día de la poesía y, para un servidor, Café Comercial+Poesía=Vitruvio. 

De un tiempo a esta parte, aunque fuera en soledad, supuso un ancla en el temporal de emociones, como si me pudiera refugiar en un verso tras el mármol o reconocer algo de lo bueno que fui en sus paredes de espejos. No importaba que no hubiese evento, que nadie conversase conmigo, que fuera un espectro... Detrás de un café con leche fría por favor que lo devuelvo, me sentaba a mirar la gente y el mundo seguir viaje como deben hacer los que aspiran a narrador: sin pretender lograrlo.

Ahora adiós para siempre, de golpe y porrazo. Sin preaviso ni reconciliación. Un amor perdido que se compra una escalera al cielo en el «Duty Free» sin esperanza de regreso. Parece que, este año, estoy destinado a perder lo que me importa: irrelevante resulta ya si el motivo es unas veces el destino, el descuido, los errores propios, la infantilidad inconsciente o la locura; ocurre y punto.

Un buen amigo siempre afirma: «Cuando algo duele mucho, se pasa mejor con una buena hamburguesa. No de esas baratas», puntualiza. «Me refiero a una de calidad». Me ha invitado a comérmela hoy. Era pequeña y no he terminado el plato; mi estómago ya no da lugar para dispendios pero estaba de muerte. 

—¿Y ahora? —le he preguntado después.
—Pues quedarse con lo bueno, superar el pasado y mirar adelante, Fernandito, como con El Comercial.  

Sé que tiene razón. Me hubiera gustado sonreír (se lo merecía, es un buen amigo, cabal y centrado, sensible y práctico) pero sólo he podido asentir con la cabeza y apretar los dientes. En mi vida poética aún me queda Ediciones Vitruvio, será en un nuevo sitio que supongo pronto darán a conocer.

Redecora tu vida, como en el anuncio.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.

Buenas Noches, Nueva Orleans.




El busto de Lovecraft...

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