REDES SOCIALES o la metáfora de la posmodernidad.



Miro una red social. Solicitud de seguimiento. La acepto.

Escritor homogéneo de "pensamientos y relatos de belleza interior". Dibujador de sueños. Constructor de verdades. Amante de la vida y las palabras.
Así se define.

Ni idea de que buscará en mi perfil de terror, pelis, escritura, muñecos, customs y frikadas heterogéneas en las antípodas de su estética y publicaciones.

Mensaje a los diez minutos en el que, educadamente, me pide que comparta y lea sus publicaciones, me sugiere que reseñe su librito de Amazon y, menos educadamente, me recrimina que no le esté siguiendo en contrapartida.

Le explico que su imaginario y mitología personal no concuerdan con los míos y que, ahora mismo, solo sigo o reseño lo que mueve mis emociones e intereses.

Después de insultarme y soltarme un alegato sobre que los escritores debemos apoyarnos entre nosotros y que debería ayudar a los que quieren darse a conocer y no quedarme "observando desde mi trono de Wikipedia y éxito en los periódicos" amenaza, ultrajado y tajante, que hablará muy mal de mi persona y obra (que no conoce aunque intenta aparentarlo por lo que en ese momento busca por Google).

Lo hará, por supuesto, en todas las plataformas sociales y me desea que, como sanitario egoísta, coja la enfermedad y, por gordo, la sufra en UCI, pero como no es mala persona no quiere mi muerte ni que sufran mis hijos.

Y observo con esa candidez entrañable cómo ese alma limpia y elevada comparte sus pensamientos y microcuentos sobre amor y belleza y unión de almas mientras trato de cuadrar un cambio de turno inesperado.

Ah, las redes, esa Epifanía posmoderna.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.

Buenas noches, Nueva Orleans. 

El busto de Lovecraft...

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