Palomitas gentrificadas: "Candyman", con el añadido de "Candyman: el Dominio de la Mente".


Ayer me tragué las dos, en orden inverso.
 
Ambas películas me han gustado de manera distinta tanto por la novedad como por su resistencia al tiempo, aunque sigo pensando que la original resulta muchísimo más potente porque esta secuela de "no digas su nombre" tiene un poco eso que está tan de moda ahora de que cualquiera puede ser el "héroe" (en este caso, el villano o el fantasma) sólo con llevar la máscara.
 
Vivimos en una realidad gentrificada (estoy repitiendo el término como quien usaba ciclogénesis para que se me quede en el vocabulario) no sólo en el plano social sino en el espiritual. Esa realidad está manchada de mierda y no dejo de recordar en muchas ocasiones ese "gag" de Muchachada Nui: "El Arte: ese mundo de sinvergüenzas".
 
El problema es que esa idea y esa superficialidad de querer hacer algo "un poco abierto, un poco incomprensible, muy sesudo", me invade toda la nueva película y me la termina lastrando.
 
Precisamente representando una denuncia contra la gentrificación, el racismo y la superficialidad, en algunos momentos me roza la parodia y me saca de lo que yo considero mucho más importante respecto a un mito tan aterrador, surgido de la mente de Clive Barker que, sin duda, iba muchísimo más allá.

Porque de eso trata, en realidad, Candyman, en eso se distancia de otros "monstruos" que no dejan de ser la excusa para el "serial killer" (incluso con su característica sobrenatural, Freddy Krueger no deja de ser otro asesino en serie, mate en los sueños o no, no implica más que una excusa para el gore).
 
Candyman, en ambas películas, pero de forma mucho mejor tratada en la primera, es la representación de que vivimos en un mundo finito y dominado y que, para liberarnos del mismo, recurrimos al mito. El mito es amplio, eterno, retroalimentario, incognoscible y, en su identidad casi mágica, no tiene por qué seguir las normas trazadas bien en la convivencia social (racismo, elitismo...) bien las leyes que rigen la naturaleza, la lógica y el pensamiento científico... Y eso nos lleva a que el mito se siente cómodo navegando con igual entidad en ambas costas y, sobre todo, por la endeble frontera de lo siniestro, en la navaja de la cordura y la locura.
 
Es en la diferencia de enfoques entre ambos largometrajes donde han decidido poner el ojo crítico y creativo, utilizando casi los mismos medios y, también, los mismos elementos.
 
Uno de los "lei motif" más repetidos en la original era "Se mi víctima, seremos inmortales". Eso ahora ha cambiado por "No digas su nombre/Di su nombre". Se pierde toda la hondura y todo el interés por perdurar, por la magia de la creación: "Sé que derramaré sangre inocente pero la sangre inocente está para ser derramada... Ven conmigo y obremos un nuevo milagro. Serás inmortal. La nuestra será una historia para que las madres amenacen a sus hijos, para que los amantes en la noche se abracen con más fuerza... Porque las buenas personas sólo saben que lo son si pueden compararse con los malvados, ellos se lo muestran con sus excesos".
 
Me falta hondura y me sobra crítica. Pero admito que son otros tiempos y que me he debido de convertir en una especie de viejo nostálgico que ya mira en la vida y la muerte algo más que una diversión adolescente o una crítica por un mundo mejor. A mí me importan los mitos, lo que en verdad perdura, la excusa que realmente es el corazón que palpita. Creo que el horror es mejor cuando es puro, cuando trata del espíritu que, además, modifica la carne, la perspectiva, y por tanto, la realidad que nos envuelve.
 
Soy un hombre de mitos. Soy un hombre de monstruos que están ahí para hacerme la realidad más soportable.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una. 

Buenas noches, Nueva orleans.


El busto de Lovecraft...

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