Palomitas: "Smile 2". Un giro de timón.

 


En un 2024 especialmente generoso con el género de terror, "Smile 2" se presenta como una secuela ambiciosa que, aunque mantiene el espíritu de la primera entrega, decide desviarse hacia un nuevo rumbo temático. La película opta por abandonar los misterios del pasado para encaminarnos a una crítica social más directa del consumo (donde el producto final somos nosotros y nuestros cuerpos y mentes, especialmente el de la mujer). Este enfoque no solo moderniza su narrativa, sino que añade una dimensión reflexiva a su propuesta, menos centrada al horror sobrenatural (aunque sea horror sobrenatural) y más al psicológico y simbólico.

Desde el primer momento, se advierte que la historia quiere explorar terrenos nuevos. Aunque esta decisión es valiente, introduce cierta previsibilidad: para quienes conocen las claves del género, resulta evidente hacia dónde se encamina la película. Sin embargo, "Smile 2" no depende exclusivamente del factor sorpresa. En lugar de ello, su fuerza reside en la atmósfera inquietante y en las conexiones emocionales que construye con el espectador.

Las "sonrisas", que en la primera entrega parecían manifestaciones alienígenas y demoníacas, aquí se reinterpretan como un reflejo de las presiones y expectativas sociales. Aunque esto puede restar algo de su impacto terrorífico, también las dota de una profundidad simbólica que complementa la crítica social del filme. Un punto destacado en este aspecto es la interpretación de Ray Nicholson en el papel de Paul. Con una sonrisa que desborda inquietud, Nicholson logra capturar una amenaza más humana y visceral, aportando una tensión constante que enriquece la narrativa.

El peso de la trama recae en la protagonista, interpretada con brillantez por Naomi Scott. Su capacidad para transmitir tanto vulnerabilidad como resiliencia resulta esencial en una historia que explora los efectos del trauma y la lucha por la identidad. Scott sostiene con maestría el ritmo de la película, incluso cuando el metraje se siente excesivo en algunos puntos. Su interacción con los elementos terroríficos —tanto externos como internos— logra mantener al espectador involucrado hasta el desenlace.

Uno de los mayores aciertos es su dimensión visual. Las imágenes, cargadas de simbolismo, refuerzan su discurso sobre el consumo y la cosificación del cuerpo humano. Desde los reflejos en espejos distorsionados hasta los planos claustrofóbicos que encierran a los personajes, cada escena está diseñada para evocar inquietud y reflexión. Aunque algunos momentos parecen alargarse más de lo necesario, los momentos de mayor tensión compensan con creces este detalle.

Dicho esto, el contexto en el que "Smile 2" se estrena juega tanto a su favor como en su contra. En un año repleto de propuestas excepcionales, no sorprende que esta secuela, más contenida en sus ambiciones narrativas, pueda quedar algo eclipsada. Sin embargo, esto no debería desviar la atención de sus méritos: una película que, a pesar de sus tropiezos, logra ofrecer una experiencia inmersiva y perturbadora.

En conclusión, "Smile 2" no intenta reinventar el género, pero sí enriquecerlo con un enfoque más introspectivo y crítico. Es una obra que, con sus luces y sombras, consigue resonar emocionalmente y plantear preguntas incómodas sobre nuestra sociedad. Un recordatorio de que el terror, incluso en sus formas más predecibles, sigue siendo un espejo inquietante de nuestras propias realidades.

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