El valor de un beso

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Hoy ha muerto uno de los protagonistas de los besos más famosos con el que un marinero y una enfermera, que no se conocían, celebraron el fin de la Segunda Guerra Mundial en plena calle Times Square y quedó recogido en una fotografía que se convirtió en icono y documento histórico, en coronación y símbolo.

Aunque ese marinero haya muerto, será inmortal para siempre gracias a ese beso, a realizar un acto de aparente impulsividad irracional en un momento en el que la exhibición pública de lo emotivo, además, no era tan comprensiva como ahora —¿o quizá era aún más libre, más abierta, en el fondo porque nos autoimponemos cajas mentales cada vez más angostas?

Poco importa, en realidad, la imagen. Ambos vivirían para siempre en ese momento aunque nadie hubiera pulsado el disparador de una cámara. Importa el beso porque, aunque el mundo se destruya y llegue el fin de los tiempos para nuestra especie y esa imagen fuera eliminada como tantas otras obras de arte que ha producido el hombre, allí seguirá ese beso como permanece la esencia de la creación en un jardín Zen una vez se ha borrado su materialidad.

Somos un mar eterno que se navega a sí mismo, que rara vez nos permite acariciar el alma de otro y, cuando se consigue, cuando dos almas se tocan y culminan, cuando algo se ha merecido en realidad un beso, se produce una onda expansiva que deja un eco en la eternidad, le da un empujón al universo para que las cosas, en su extraña magia, sigan funcionando y las galaxias orbiten, los átomos no pierdan capacidad de otorgarnos entidad, realidad, cordura. Es un beso así lo que provoca que todo, de alguna manera, tenga sentido. Supongo que, por esa razón, en «Las Mil y Una Noches» se afirma: «Ignorante es el que subestima el valor de un beso». 

Servidor, por ejemplo, se siente afortunado por haber tenido la enorme suerte de haber experimentado un beso así; en un día aparentemente anodino, sin motivo ninguno para que fuera especial pero que le otorga sentido a una existencia y me transportó en un ascensor a ninguna parte pero con pasaje directo a ese lugar donde los sueños son posibles, a la Iluminación absoluta.

Nadie lo inmortalizó, como otros tantos que ocurrieron y ocurrirán. Pero sigo siendo quien soy, sigo en pie y respirando, por esos besos que, de seguro, no morirán conmigo. Yo pasaré, mis huesos se harán polvo, el lugar será olvidado y el planeta perderá su nombre. 

Pero allí seguirá el beso... Todos los besos semejantes para originar un nuevo Big Bang que reinicie el mejor de los mundos posibles, son esos besos quienes lo transforman en un lugar mejor, nos transforman en una persona mejor. 

Nos hacen libres. Nos hacen vivos.

Sed felices. Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.

Buenas noches Nueva Orleans. 

El busto de Lovecraft...

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