Cicatrices y Superglue

Imagen relacionadaEl otro día mi hijo se calzó una leche.

No es la primera, por supuesto, de la enorme lista de impactos accidentales que le espera en la vida, pero uno siempre se preocupa. Todo se solucionó con el gel de cicatrización y par de puntos que él se esfuerza en recalcar con dos dedos levantados en señal de victoria cuando se le pregunta por el suceso. 

—¿Es usted consciente, Don Fernando, de que ese gel está basado en el cianocrilato, el vulgar Superglue?
—Soy consciente, aunque sospecho que de igual manera usted me lo va a explicar. 
—No le quepa duda. Lo inventaron durante la guerra del Viet-Nam como recurso para cirugías de campaña ¿sabe? Si a algún pobre soldadito se le abrían las tripas, se las metían dentro y pegaban la piel con ese mismo Superglue... Y vuelta al frente. 
—¡Dios bendiga américa!
—La patria de los valientes, el país de los sueños. 

No obstante, al recogerle en el colegio y verle por primera vez tras el incidente, ocurrido la semana pasada, su principal preocupación era explicarme que le iba a quedar una marca, una cicatriz. No obstante, él mismo me consolaba porque todos tenemos marcas. Ya le habían explicado en el hogar materno que el abuelo tiene marcas, su madre tiene marcas e incluso yo tengo marcas. 

Le dije que todos tenemos cicatrices y que a papá le gustan mucho. Las cicatrices son parte de lo que nos hace bellos, cuentan nuestra historia tanto física como emocional, cuentan nuestros tropiezos y dolores. Un dibujo de lo que somos. Estuve mostrando a mi retoño, por la noche, las propias, aunque no le hablé de aquellas que dejan esa herida que no se puede curar ni aplicando superglue, las que se esconden dentro del alma y, muchas veces, no permiten descansar, nos dejan el hierro al rojo para siempre, pulsando, sangrando por esos huecos que no tienen sangre. Por eso, aún con todo, sigo fumando. 

Cicatrices.


No obstante, no hay mayor honor que alguien se sienta tan cómodo como para mostrarte al completo las marcas de su vida, entregarte una porción de su dolor y su pasado, sin importar los orígenes. Poder besarlas con mimo, aunque no puedan curarse, quizá sí hacerlas olvidar, como quien besa a un niño que llora, es una responsabilidad más enorme que la inspiración, una muestra de afecto.

—La ilusión y la herida, el mapa de un yo en plena batalla, Don Fernando.
—Las costuras donde se han desgarrado los sueños. La muestra de que, al menos, arriesgamos con valor.
—¡Dios bendiga américa! Buenas noches, querido amigo.
—Buenas noches, Nueva Orleans.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la verdad: todo el mundo tiene una. 



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