Cromos de mis canas

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"El buitre". Cromo de 1988.
El viernes pasado un chaval aterido repartía álbumes ante el colegio como el timonel que se debate contra la tempestad arrolladora. No recordaba lo sencillo que resulta enganchar a un niño a la adicción coleccionable mediante aquellos toscos y manidos ardides rastreros que sufrí en mi juventud. 

Mis hijos, por supuesto, obtuvieron violentamente los suyos para luego endosármelos y desaparecer hacia clase; participaron de la histeria novedosa aunque a salir no recordasen ni les interesase su botín. 

Me quedé solo, hojeando las páginas ante la puerta mientras el repartidor doblaba su caja vacía encendiendo un cigarrillo de la victoria. Editorial Panini, un clásico, los mejores de la liga de fútbol 2017-18. Observaba los huecos por rellenar. Me sorprendí buscando en esas imágenes, de poses mucho más dinámicas y agresivas que entonces, el bigote de Shuster, los hombros encogidos de Butragueño, el ademán pistolero de Hugo Sánchez, la mueca burlona de Futre. Pero estaba lleno de efigies en tonos sepia  y nombres que apenas reconocía. Cuando encontraba alguno, lucía como entrenador sombrío y agotado de canas.

En realidad, nunca me gustó demasiado el fútbol. En su tiempo era necesario para el contacto con otros machos de la especie humana y participar de esa incomprensible religión para un niño sensible que profesaban las figuras adoradas de mi clan. Perdí el interés según fueron desapareciendo esas tardes de acudir juntos al estadio, los propios familiares y la necesidad de verme integrado en un grupo aunque fuese a base de muletas conversacionales. Apenas logró emocionarme la última Copa de Europa del Real Madrid con la que tanto soñaban algunos en épocas de sequía y vivir de las rentas. No poner siquiera de fondo el partido por la tele supuso la última palada en la tumba del balompié para un servidor. 

Pero en mi alma se mantienen nombres que escuché innumerables veces en enumeraciones metálicas de megafonía y radio, en las voces ansiosas de amigos revisando sus mazos de intercambio, en las opiniones de mi abuelo, mi padre y mis primos regresando los domingos embutidos en un viejo Seat 600 azul de prusia mientras me sentía culpable por no haber repasado suficiente el exámen de geografía. Recordaba mejor las alineaciones de futbolistas que las listas de capitales y ríos de España.    

Ese tiempo pasó. Llega mi Edad Roja. Ahora representan cromos de mis canas en el álbum de recuerdos felices, entrañables de inocencia y calor humano que me dieron.

Hasta la próxima grabación. Recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad, todo el mundo tiene una. 

Buenas noches, Nueva Orleans.  

El busto de Lovecraft...

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