Lección de postverdad o el jardín Zen de la sabiduría

Mi abuelo me acaba de impartir una lección magistral sobre la postverdad contemporánea y la sabiduría.

Me llama al teléfono y me pide, si estoy cerca y libre, que vaya a su casa para solucionarle un grave problema. Al irrumpir allí, preocupado, le encuentro en su estado habitual: rodeado de volúmenes de toda clase y grosor como un monje medieval en el scriptorium, su hogar es una extensa y heterogénea biblioteca. Apesadumbrado, se quita las gafas, resopla, me mira.

—Nada, chico, que estoy cayendo... —dice molesto en voz baja mientras junta las palmas de las manos sobre el pecho—. ¡No consigo recordar todos los nombres de las esposas que tuvo Fernando VII, ni mucho menos los años que estuvo casado con ellas antes de que murieran! ¡Terrible! Además es un periodo fascinante porque dio origen al follón de las Guerras Carlistas, que es algo muy complejo y muy bonito... ¡Y no hay manera! No me acuerdo.

Dispersos por la mesa yacen folios repletos por ambas caras con caligrafía fresca de hormiga a boli Bic. Listas de nombres, ministros, fechas, conceptos principales...
La envidia de un catedrático: sus "ejercicios" de poca monta, su "hobby". Van cambiando en el escritorio. Ahora es esto, por febrero primaban las colonias inglesas, en enero andaban los pintores renacentistas y en navidad los escritores barrocos. Antes pasaron las diferentes variedades del color rojo, todos los usos posibles de los pronombres, fórmulas matemáticas, trigonometría, física, química, capitales, ríos, papados, descubridores, científicos... Debería realizarse una lista de sus listas. Cuando cambia de preocupación, las recicla o emplea de salvamantel improvisado. El jardín Zen de la sabiduría. Si el tema regresa, ya las volverá a hacer.

Al encaminarme al ordenador para preguntar a San Google, me detiene.

»¡Pero no lo busques en internet por Dios! —Grita con los brazos en alto—. Internet no tiene ni idea. Aparte, tampoco tiene entidad, ni respaldo en absoluto, sólo opiniones de charlatanes. ¡No tiene autoridad ninguna! Eso es basura. Además, ya lo he hecho yo a las ocho de la mañana por si acaso: no vale de nada.

—¿Y esto era tan urgente?
—¿Te parece algo más urgente que recordar la historia?

Hemos pasado media hora sumergidos en gruesos tomos. El olor a libro, tanto añejo como el salido de imprenta, le daba la razón. Se ha quedado contento con una escueta enumeración que ocupaba "tan sólo una planilla". En cualquier universidad ahora mismo sería un trabajo particular de matrícula de honor. Me ha metido de una patada en el ego dentro de una novela de Umberto Eco, me ha hincado el hocico en el barojiano ático del tío Iturrioz del "El árbol de la ciencia".

»Bueno, me aguanto con lo más básico. Muchas gracias, hijo. Déjame todo ordenado, por favor —soy su bibliotecario particular y orgulloso—. Ya te puedes ir.

Mi abuelo.

Noventa y seis años recién cumplidos. Ese gran hombre de los que pocos quedan. Otros tienen a Dios, yo le tengo a él.

El puto amo.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad: todo el mundo tiene una.

El busto de Lovecraft...

El busto de Lovecraft...

Sígueme en Facebook

Translate/Traducir

Entradas populares

Un blog se alimenta...