Poesía contemporánea: Alberto Masa

La imagen puede contener: una persona, barbaAlberto Masa es una de las voces inimitables del panorama contemporáneo español que, como suele ocurrir, no recibe el reconocimiento que merece la originalidad de su capacidad expresiva, repleta de análisis preciso sobre la miseria humana, preciosismo fatalista y una inmensa cantidad de humor amargo. Masa es un bardo de la demencia, de lo insano que escondemos bajo máscara falsa de normalidad decente, de la auténtica que verdad que burbujea susurrante en las tripas. Nos retrata desde ese lugar que sabemos a ciencia cierta existe tras el espejo pero al que no osamos poner la mirada de la aceptación. Es un plato duro, extraño, no apto para estómagos débiles. Es un chocolate con pimiento habanero en su interior.

La persona solitaria y plural de este Cluedo de asesinos múltiples 


Mi oficio es conceder voz a un perro borracho. Tengo cierta adicción a llorar solo, desde pequeño. Veo imágenes de gente desconsolada en medio de un corralón de personas enfermas, todas ellas idas, andando de un lado hacia otro las que aún pueden sujetar sus piernas. Quien les mira se pregunta por qué no tiene capacidad para pertenecer un poco más al lado de la muchedumbre. Su cabeza se convierte en boca y mueve los mismos dedos a los que de vez en cuando se dirige para preguntarles “¿Por qué yo?”. Luego, ya en casa, cierra su cajón al tiempo que los ojos y observa, con cierta placidez, cómo su mente brilla y sus músculos se destensan. Esa persona, que es la que está de nuestro lado, ha de lidiar cada día con un Tourette severo. Reniega de la gente muerta a la que abraza de día. No lo hace por nada. Es así como se gana el tiempo. Una casa, el pan de su mesa y a veces vino. Ha de sobrevivir en un mundo plagado de números que sirven de escalón a más números. Esa persona solitaria, resuelta en un mundo entero, pongamos, sobrevive. Muere cada vez que duerme y sueña cada vez que muere y, al despertar, eso del vivir le produce pereza. Tras ducharse, peinarse, preparar un café y tomarlo a toda prisa, se alista en el lugar donde ficha y, como ya dije, abraza a muertos. Son los muertos una laringe destrozada y unos ojos que pacen quietos en el sobresalto de la luz de una diminuta ventana que da un parking vacío. La persona solitaria les dice que mañana será un día aún mejor que éste que acaba de empezar, y que no sólo lo ha hecho, entiende, para ella misma. El amor es un corral donde los enfermos babean flores y lloran desiertos. En los desiertos una bola cruza con desenvoltura el mapa de sur a norte, o quizás de norte a sur, sin fijeza en cuanto a los sobresaltos del rumbo. Una visita es un sueño natural en la petunia que descansa sobre el jarro de agua de los salones donde una voz, que es la mía, regresa a sí para decir que su oficio es un carcamal pidiendo morfina mientras la ciudad reparte sus llamas entre edificios más o menos discretos y bebés desertando de una madre que les da la leche en la penumbra de los festivales donde aún acuden niños de quince años a sentarse en una piedra y compartir un segundo cigarro. La vida es una carcoma, a veces, para la persona plural y solitaria, esa que chasque los dedos y le dice al mundo, que no es sino un reflejo poco cauteloso del enredo que padece, que por qué no acaba de una vez y punto. El risperdal pasa de mesa en mesa. Lo da una persona que no sabe a lo que atenerse y procura hacerlo desde el cariño. La mayoría de los locos no pone pegas. Tragan el alimento con el fin de sorber el agua, a veces zumo, que lo acompaña, porque esas gotas de un rocío claro son lo que le ha tocado al día de divina gloria sepultada por el ángel que se mece en su sinapsis. Lo juro, se dice para sí ese procurador de enfermedades y abrazos, yo jamás he entendido para nada este planeta que se acaba a las siete de la tarde junto con mi turno. En verdad, le dice a sus dedos, quien creó esto fue, en el
principio, una semejanza con un nervio que, a veces, escapa de la cuenca del ojo para verse en el globo del que aún queda en pie participando del fenómeno de la percepción. Más allá, a millones de kilómetros de distancia, otro par de enfermos, de esos que dije al principiar el texto, aún se manejan para tenerse en pie, abren la puerta de la sala principal y, es en ese momento, la persona solitaria sabe que les debe al menos un abrazo a cada uno. La persona solitaria se sienta sobre sus brazos. El Tourette lo achaca a mí como escribiense, pero no evita morderse la lengua. Y de esa lengua sale la baba del transeúnte que somos, y de ese transeúnte las palabras “No. Otra vez no”. Es cuando la persona solitaria decide acabar con todo. ¿Pero quién es ella para hacer algo así? Sale del hospital a la hora adecuada. Su pareja le ha preparado tortilla con atún. La vida, querido/a amigo/a, es nuestro sitio. Poco más tarde, el cajón se cierra y, pongamos, sueña. Hace bien. La noche se cae y el tic tac del despertador induce a ser benevolente con el insecto que da vueltas, como lo hacía aquella bola en el desierto, alrededor de todo cráneo salubre y, también, sabrosísimo. 

Locos 

A mí me pides un susurro 
en el que diga la palabra "viento". 
A mí que sólo soy el pétalo 
descuidado 
a la salida de este invernadero 
que es mi mente 
La raíz donde se encuentra la palabra 
no me pertenece 
porque, regreso a decirte que 
yo no estoy loco. 

Tubérculos 

Me he pasado media vida 
mirando la flor por dentro. 
Es fácil el paralelismo con el sexo. 
Hoy está dentro de mi cerebro 
las espinas señalan mi cráneo 
y la sangre que echo por la boca 
son las mariposas 
que se posaron en ella 
antes de mi nacimiento.

Alberto Masa (1977) ha cursado estudios en bellas artes. Hasta el momento he publicado 4 obras: La mosca, bajo el sello de Fast Gallery para Stampa y otras tres bajo el sello leonés Eolas: Roberto Alcázar, supongo, Inconcreta desdicha y Confesiones de un hombre raquítico.

El busto de Lovecraft...

El busto de Lovecraft...

Sígueme en Facebook

Translate/Traducir

Entradas populares

Un blog se alimenta...