Reseñas: «John muere al final», de David Wong.

«John muere al final» no es una novela al uso.

Dependiendo del punto de vista incluso sería complejo clasificarla como «novela» ya que nace de una serie de entradas episódicas del blog de su autor que salían cada noche de Halloween. Llegaron a llamar tanto la atención del director de serie B Don Coscarelli (autor de la saga ochentera psicodélica Phantasma) y del actor Paul Giamati que fue adaptada para la gran pantalla,  con un éxito, obviamente, escasísimo que la ha transformado en obra de culto. 

A caballo entre el género de humor y el de terror, empleando un código coloquial no exento de belleza en la efectividad de su técnica, nos sumerge en un mundo complejo y chispeante, un «Narnia de mierda» (utilizando las propias palabras de uno de los personajes principales, John, ese tipo tan duro como fantasmón, eterno adolescente que no puede dejar de hablar del tamaño de su polla), con herencias de la ciencia ficción, la teoría de  la conspiración, el multiverso y el horror cósmico de Lovecraft mezclado con una intención gamberra y desenfadada.

Los personajes principales, entre los que se encuentra una perra vagabunda que parece tener mentalidad propia, no solucionan ningún conflicto de manera heróica, sino que van tirando como pueden y, en la mayoría de ocasiones, salvan su vida (que no parece importarles mucho) por mera acción del azar o la torpeza de sus antagonistas. Nada es serio en el mundo de David y John (son nombres ficticios, si tú quieres también puedes cambiarte el nombre), que conforman una pareja bien avenida de «cazadores paranormales», cimentada en alcohol, tabaco, comida basura, videojuegos, irresponsabilidad y la percepción extrasensorial que les proporciona una droga de origen transdimensional llamada «salsa de soja». 


Ambas personalidades representan diferentes perspectivas (el vacío existencial y el pasotismo hedonista) en la búsqueda inútil del ser humano por descubrir su propia identidad en el mundo contemporáneo en el que parece que nada tiene valor. Y nada lo tiene, salvo el amor. El amor como una generosidad egoísta, un tesoro vital de doble filo: una vez encontrado implica una trampa debido a que el apego hacia la persona amada nos limita por el miedo a la pérdida.Pero la historia de amor que narra ya la quisiera yo para mí: tan absurda, demencial y, en el fondo, encantadoramente entrañable, que ojalá fuese real en algún lugar fuera de la literatura.

Una locura al completo exquisita aunque resuelta quizá a toda prisa, que provoca perder algo de la frescura desconcertante de los primeros capítulos. Es de las psicodelias más alucinantes y gonzas que han caído en mis manos. Decadente retrato fiel de esta sociedad enferma donde no sabemos ni en qué lugar tenemos los callos de los pies. Todos somos un «almost psyco».

Me ha ocasionado, sobre todo, partirme a carcajadas en soledad, cosa que no muchos libros han logrado. Humor absurdo, escatológico, delirante y aterrorizador. Mi tipo de droga paginada. Nueva entrega de la Colección Insomnia de Valdemar que va sumando a su catálogo títulos fuera de lo común llenos de calidad. Edición de lujo, tapa dura e ilustraciones sugerentes.

El busto de Lovecraft la recomienda, pero recordad lo más importante: nada de esto es culpa mía.

El busto de Lovecraft...

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