Elegid y pereced... Cazafantasmas y Matrix

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—Elegid y pereced... Elegid la forma del destructor... —dijo Gozzer.
—De acuerdo, pero no quiero acordarme de nada... —respondió Cifra. 


Pocas metáforas del interior del ser humano se pueden encontrar mejores que en esas películas. Cazafantasmas, por un lado, en el momento de aparecer el muñequito de los Marsmallows a tamaño dinosáurico. Matrix, por el otro, cuando Cifra accede a traicionar a la raza entera a cambio de una vida maravillosa exenta de culpa. 

Muchas veces me pregunto qué pediría en el caso de que se me concediera un deseo. Un único deseo con esa certeza milagrosa de los cuentos de hadas de que se cumplirá de inmediato a pesar de cuán imposible pudiera parecer. 

No tengo claro, entre las múltiples opciones, cuál sería, pero antes de pensar ya lo habría elegido, como le pasa al buenazo de Ray al que se le cuela dentro del cerebro ese recuerdo de la infancia que termina campando por New York liando un buen sidral por la acción de una entidad prebabilónica; el pobre Ray es un caballero, por supuesto, pero no puede evitar que, como a cualquier hombre de barro,
se le vayan los ojos al escote de la chica que tiene delante. Cifra, por el contrario, sabe que esto es, en el fondo, una puta mierda más falsa que un duro de chocolate y se apunta a la fiesta con gusto porque tiene algo con lo que negociar y, mira, para andar jodido, pues que le jodan a todo el mundo. 

Desde luego al menos me enorgullezco de reconocer que, si se diera el caso, eligiría algo egoísta. Aunque intentase no pensar en ello y me centrase en la paz en el mundo u otras utopías semejantes, ya habría elegido, como le pasa a Ray. El ser humano es egoísta por naturaleza. Por eso en esta realidad no están permitidos, y a Dios gracias, los superpoderes ni la magia, porque cualquier dotado con ellos terminaría convertido en un tirano con disfraz chorra de colores creyendo que actúa respaldando el bien y la justicia cuando el bien de unos no es más que la desgracia de otros. Por eso la mayoría suele acabar poniéndose una bomba inconsciente bajo el sofá y, por tanto, más quemado que la pipa de un indio de las relaciones interpersonales y su sinceridad.

Quizá tú no seas así y no estés así de chamuscado, por eso he puesto un sofá muy cómodo con elegancia literaria que lleva la etiqueta "no pertenezco a esa la mayoría". Siéntate en ese sofá, ponte a gusto en tu confianza filantrópica tanto en el mundo como en ti mismo —¿estábamos hablando sobre egoísmo y mirarse el ombligo, no?— y tómate algo a mi salud, que no se diga. ¿Te apetece un buen filete? Es Matrix quien le dice a tu cerebro es bueno, es jugoso...

Vale, de acuerdo, todo en escalas de grises, por supuesto, aceptamos barco como animal acuático, los grises son esenciales en radiodiagnóstico, pero no dejan de mostrar fotos de lo que llevas por dentro. Elige y perece. Pero asegúrate de luego no acordarte de nada. La ignorancia es la felicidad.

Hasta la próxima grabación y recordad que siempre hay algo bueno y malo en la Verdad, todo el mundo tiene una. 

Buenas noches, Nueva Orleans.

  

El busto de Lovecraft...

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